Qué difícil era tratar con ella… sobre todo cuando quería compartir más momentos con la botella de tequila que conmigo.
- ¿Cómo estás, guapa?
- Vete a la mierda. -Esto se debe llamar amor. Imagino que cuando los curas dicen "en la salud y en la enfermedad" se refieren a cosas como esta. "Hasta que la muerte os separe". ¿Incitarán con esta última frase a que incumplamos el quinto mandamiento?
- Cariño, creo que deberías dejar de beber, ya está bien por hoy.
- Muérete, hijo de puta. -Ahí está, ella también ha pensado en violar el quinto mandamiento conmigo.
- Venga, por favor, dame la botella…
- ¡¡¡Que te mueras!!! -La esquivé por poco. La botella se estrelló contra la pared que tenía justo detrás, y miles de pequeños cristales brillantes y pegajosos, a modo de papelillos de carnaval, cayeron a mi alrededor. Agradecí que quedase poco líquido dentro, sólo me mojé un poco la espalda.
- Vale, voy a ir haciendo tiempo para morirme. Descansa, amor mío. -Dije cerrando la puerta suavemente. Ella empezó a llorar amargamente, abrazada a una almohada sudada y empapada en tequila caliente.
Me fui a mi escritorio y me entretuve mirando por la ventana. Era una noche fría de diciembre. Mucha gente se movía de aquí allí, imaginé que haciendo compras de navidad. Sobre todo chicas. Estuve un buen rato observándolas; iban muy arregladas. Más arregladas que abrigadas. La mayoría eran guapísimas. Sobre todo aquella rubia. La del chaquetón corto le gana. No, no, la del gorrito de lana y los ojos claros. Brutal la morena vestida de negro…
Un grito desgarrador de mi mujer me sacó de mis cavilaciones filosóficas. De nuevo llanto. Me relajaba mucho aquella situación. Tanto que se me ocurrió una fantástica idea. Saqué mi libreta y la pluma que me regaló mi primo por mi último santo y me puse a escribir en aquella atmósfera tan propicia para la profunda literatura.
- Amor mío, tengo un regalo para ti. -Dije abriendo la puerta con suavidad y regalando la más brillante de mis sonrisas.
- Me has despertado, gilipollas.
- ¡Te he escrito una poesía! -Había escrito una declaración de amor que resumía todas y cada una de las cosas que le hubiese dicho al oído a las bellezas que pasaban por delante de mi ventana en aquella noche fría, pero creo que, de no haber sido loca y alcohólica, le hubiesen entrado a la perfección a mi mujer.
- Déjame. -Le recité la poesía con la parsimonia y la voz de Jesús Quintero. Ella cerró los ojos y se apretó contra la almohada, pero yo sé que me estaba prestando atención.
- ¿Qué te parece? -Pregunté alegre, cuando acabé.
- Es una puta mierda. Y yo aún estoy esperando a que te mueras.
- ¡Perfecto! Voy a mandársela entonces a la editorial. Creo que con esta puedo cerrar el libro.
- No vas a vender ni un puto libro con esas porquerías que escribes. -Me acerqué por detrás y le di un beso en la frente. Ella se giró con brusquedad tratando de darme una bofetada. La esquivé lo justo para que me arañara la cara con tres dedos. Sentí el calor de la sangre saliendo al exterior.
- Te quiero, nena.
- ¡¡¡Yo te odio, hijo de puta!!! -Salí sonriendo de allí y volví a cerrar la puerta tras de mí.
Me senté frente al ordenador y abrí la web del correo para enviar un email a mi editorial con mi última poesía. La web de hotmail anunciaba que Chavela Vargas había muerto. Me puse verdaderamente triste. Era una pena que "la dama del poncho rojo" se hubiese ido para siempre. Arrugué el papel de mi poesía y lo tiré a la papelera. Volví a mi escritorio, me serví un vaso de tequila y empecé a escribir un poema dedicado a su musa favorita: Frida Kahlo. No paré de llorar en toda la noche. Diego Rivera era un hijo de puta y no tenía por qué haberla tratado así.
1 comentario:
precioso relato !! mona crack
Publicar un comentario