Estaba sentado en aquella estación de tren y algo me hizo levantar la vista del periódico y fijé la mirada en la multitud de gente que caminaba con prisa de aquí para allá. No sabría explicar qué era, pero algo me impedía devolver la mirada a las líneas de aquel interesante artículo de opinión. Una extraña visión me sedujo y el corazón se me disparó. Sentí miedo como me ocurría cada vez que el corazón se me aceleraba sobremanera; no quería que se repitiese otro maldito infarto, con el primero ya lo pasé fatal. Mes y medio encerrado en un hospital y otro par de ellos en mi casa eran demasiado tiempo.
¿Era ella? ¿Cómo era posible? ¿Cuántos años habían pasado? ¿veinticinco? ¿treinta?
Pasó a mi altura y continuó con mirada altiva y paso ligero. Seguía teniendo esa mirada viva, ese andar tan característico, esa pose aristocrática que le salía de manera natural. Los años no la habían maltratado demasiado, pero era evidente que poco quedaba de aquella veinteañera risueña e inocente.
Observé cómo se alejaba. No podía permitir callarme, después de una vida sin ella.
- ¡Lola! -Grité. Ella continuó su paso. ¿No me habría escuchado?- ¡Dolores! -Nadie la había llamado nunca Lola, sólo yo la llamaba así. Esta vez sí se giró, pero continuó andando. Me levanté y esperé impasible unos eternos 5 segundos. Ella alzó el entrecejo interrogándome y se acercó lentamente con cara confusa.
- Perdone, ¿usted me ha llamado? -Aguanté una sonrisa. Me moría por abrazarla. Ella se acercaba con paso lento y confundida. Yo asentía con la cabeza.
- ¿Tú eres Lola? -Pregunté haciéndome el interesante.
- Hace años que nadie me llama así…
- ¿Cuántos años hace? ¿Veinticinco? ¿Treinta?
- Perdone, ¿nos conocemos? -Era evidente que los años se habían portado peor conmigo que con ella. ¿Qué podía decirle para que supiese que era yo?
- Yo a ti sí. Naciste en el 62. En octubre. Te vuelve loca el chocolate derretido, a ser posible de marca Nestlé. Te encanta andar descalza por la orilla de la playa y que la arena mojada se deslice entre los dedos de tus pies. Odias las bufandas que pican, te gustan sólo las suaves. Tienes un lunar en la planta del pie izquierdo y una cicatriz de una hernia que te operaron siendo bebé en la barriga, pero con los años esa cicatriz ha bajado a…
- No me lo puedo creer… -Tenía la boca abierta y lágrimas que buscaban desesperadamente exiliarse por el lagrimal. Dejó caer el bolso al suelo y se me lanzó a los brazos. Su olor me transportó veinticinco o treinta años atrás. Olía igual. El corazón se me aceleró con su contacto. Otra vez sentí miedo por el posible infarto, pero esta vez me dio igual. Saboreé el momento intenso, de paz y eterna felicidad. Se separó de mí bruscamente y me dio una bofetada. Fuerte, muy fuerte. Me dolió de verdad. Me dejó el lado izquierdo de la cara dormido, porque no me la esperaba y no me dio tiempo de tensar los músculos siquiera.
Me miraba con los dientes apretados, los puños cerrados con rabia mirando al suelo y un surco de rímel corrido bajaba de sus ojos hasta difuminarse cara abajo.
- Veo que te alegras de verme tantos años después, Lola. -Se lo dije como para que supiera que era yo. Para que paladeara cómo sonaba su nombre de mi voz, de la única persona que en su vida la había llamado así.
- Me destrozaste, hijo de puta. Llevo toda la vida echándote de menos.
- Ha pasado mucho tiempo, no sabría justificarme.
- Ni falta que te hace, imbécil. -Me acerqué y la besé. Fuerte, con pasión animal. Y ella me correspondió. Me siguió el beso, enredó sus dedos en los rizos de mi cabeza y tiró de ellos suavemente. De pronto se tensó y me empujó. Traté de retenerla pero fue inútil.
- Lola, yo… escapémonos. La vida nos ha dado otra oportunidad…
- Estoy casada. Tengo dos hijos y soy feliz.
- Conmigo puedes ser feliz también.
- Sabes que sería feliz la primera semana. ¿Qué pasaría cuando se acabase la pasión?
- Mira el beso que nos acabamos de dar… ¡La pasión nuestra lleva viva treinta años!
- Esto nunca ha pasado. Olvídate de mí otros treinta años.
- ¡No sé si el corazón me dará para esperarte otros treinta! -Me refería al infarto, obviamente, pero ella no lo sabía, y sonó tan romántico...
- Olvídate de mí, Miguel. -Dijo sin más. Y se fue. Vi cómo perdía por segunda vez a la mujer de mi vida, alejándose con paso ligero y pose aristocrática.
Volví a sentarme frente a mi periódico y reflexioné… ¿Me había llamado Miguel? ¿No me había conocido, o no se acordaba de mi nombre? ¿No había sido lo nuestro tan especial, que la había dejado destrozada y había estado años esperándome, cómo no se acordaba de mi nombre? … ¿o tal vez lo dijo sólo por dejarme jodido? Entonces entendí una frase que me dijo un amigo, mil años atrás: "Las mujeres nunca pierden. O ganan o empatan".
- Qué cabrona Lola… me ha colado un gol. Uno a uno, canalla.
1 comentario:
mancantao !! ;) mona crack
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