lunes, agosto 27, 2012

Objetivo cumplido.




- ¿Ramírez Badillo? -Alonso asintió.
- Ha llegado una carta para ti. -Le dijo el carcelero con frialdad, dejándola caer a través de la reja de su celda de aislamiento. 
Alonso se levantó de la cama y se agachó a recogerla. No traía remite, pero el matasellos parecía del extranjero. Sonrió para sí. Era la primera buena noticia que tenía desde hacía un par de años. Tal vez por aquella carta hubiese merecido la pena todo; los interrogatorios, la acusación, el escarnio y juicio públicos, el juicio en sí, el aislamiento, la cárcel, la condena… lo único que consideró realmente injusto fue ver a su madre llorar. Para eso no había justificación, para todo lo demás sí.

Abrió la solapa de la carta con extrema suavidad, tratando de no romper el sobre lo más mínimo, con el cariño con el que alguien coge a un bebé por primera vez.

Se vio delante del policía que lo interrogó. Estaba llorando y no estaba seguro de lo que le iba a decir. No creía que tuviese valor para decirlo, pero lo hizo. Reconoció que él fue quien asesinó a su novia. Lloraba pensando en ella, en lo que la quería y en todo lo que habían pasado juntos. Lo había hecho por ella.
Lo peor fueron los interrogatorios posteriores, exigiéndole que dijese dónde estaba el cuerpo. Llegaron a gritarle, a golpearle, a dejarlo sin comer… y todo estaba saliendo según lo previsto: la sangre de ella en el coche de Alonso dirigió a la policía directamente hacia él. Su declaración acababa con la búsqueda de culpables, pero el pueblo exigía no sólo la culpa, sino además saber cómo había ocurrido. Amparados en la petición de justicia lo que realmente deseaban era saber cuál había sido el móvil del asesinato, cómo la había matado y qué había hecho con el cuerpo.
Por supuesto de esto último no dijo ni pío. Pesaban sobre él la desaparición de la joven, sangre de ella en su coche y su declaración de culpabilidad. No era poco, desde luego, pero quedaba abierto a la opinión pública, jueces y policías el resto de la historia. Una historia que nunca nadie sabría. Jamás.

Terminó de abrir el sobre y sacó una postal de su interior en la que aparecía una esbelta Torre Eiffel sobre un espléndido cielo azul, con una letra femenina al reverso que conocía bastante bien: "Al fin libre. Gracias por cambiar tu libertad por la mía".
No había firma. Ni falta que hacía.

Alonso lloró desconsoladamente. Le esperaba al menos una veintena de años allí recluido, pero consiguió que ella escapase de aquel hijoputa que le había tocado como padre. Para siempre.

"Objetivo cumplido. Por favor, no me olvides nunca."

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