jueves, septiembre 22, 2016

olvidando recuerdos.



Lo que nos marca, lo que nos define, lo que somos sin duda es nuestra trayectoria. El camino que cada uno o cada una lleva, las vivencias, los traumas, las experiencias, la gente que nos rodea, que nos moldea y que moldeamos. Familia, amigos, pareja… Todo nos va haciendo como somos. Sabemos quiénes somos porque miramos a nuestro entorno y nos situamos; nos retratamos ¿Pero qué pasaría si al mirar a nuestro entorno no supiéramos en qué entorno estamos? ¿Qué pasaría si no conociésemos a las personas que nos rodean, el lugar en el que estamos, y al mirar dentro de nosotros mismos, no fuésemos capaces de saber quiénes somos, cómo hemos llegado hasta ahí? Concretando: ¿Qué pasa si de repente nuestros recuerdos se borran? 

Hoy da la casualidad de que se ha celebrado el día mundial del Alzheimer. Yo considero interesante que se celebre más que nada porque creo en la necesidad de concienciar a la sociedad sobre el asunto. Veo bien que se investigue y se trate de erradicar una tristísima enfermedad que mata lentamente, primero a la persona que lo sufre y segundo a su entorno. Para evitar este problema es necesario que los políticos respalden a los científicos, que no se invierta más en aeropuertos desiertos o autovías duplicadas, por ejemplo, que en investigaciones médicas.

Ojalá ninguno de los que leáis esto tenga que sufrir en sus carnes o entorno esta enfermedad, porque es cruel. Va borrando a las personas paulatinamente. Cuando sabes que alguien cercano la tiene, sufres. Aunque te alivia saber que no va a morir de repente, realmente desde el momento que empieza esa enfermedad, la persona que la padece ha empezado a morir. Mueren sus recuerdos, su trayectoria, su personalidad. Primero son tonterías como ir a la cocina y no saber a por qué ibas, ir a hacer la compra y no saber qué necesitas. Esas pequeñas necedades agrian el carácter. Luego se van borrando los recuerdos recientes; qué hiciste ayer, qué has comido hoy. Llega el momento en que conoces a muy pocas personas de tu entorno, aunque seas capaz de recordar detalles de tu infancia. Lo más cruel es cuando pierdes los papeles porque todo el mundo te está haciendo la contra. Te rodeas de desconocidos que te llevan la contraria a cosas que tú ves súper lógicas, como volver a casa antes de que tus padres se acuesten y se preocupen, y no te das cuenta de que realmente ese desconocido que te mira es tu hijo o tu hija, y te está diciendo que no es buena idea salir a la calle por la noche en pleno diciembre, y que tus padres no te esperan porque murieron hace cuarenta años.

No sólo sufre la persona que padece esa enfermedad; sufren todos los que le quieren. Desde el familiar que pasa un rato con él o ella hasta el doctor o doctora que le atiende dos veces al año. Se sufre porque se ve cómo se va borrando la personalidad del paciente, al estilo que se iba borrando Marty McFly en Regreso al Futuro cuando sus padres se distanciaban y él insistía en unirles. Se va borrando todo, hasta que un día esa persona no sabe ni quién es, ni cómo se llama. Hasta que la persona deja de andar, de hablar, de comer y de respirar.

Quiero aprovechar este rincón de internet para agradecer a todas las personas que han hecho que la enfermedad de mi abuela sea más llevadera tanto para ella como para mi familia. Quiero recalcar la inmensa labor de la gente de AROAL de Ronda, porque esta enfermedad es una cabrona, y la gente de AROAL la torea con arte, y sobre todo con cariño. Porque lo que hacen no se paga ni con la fortuna de tres Amancios Ortega. Porque si me tiro cuatro años delante del ordenador escribiendo la palabra “Gracias” seguirían siendo pocos.

Quiero agradecer a la gente de la Residencia de Arriate ya no su trabajo, sino el cariño con el que han tratado a mi abuela. El cariño con el que tratan a todas esas personas que, abandonadas por sus recuerdos, tienen la gran suerte de caer en sus cuidados. Los besos, los mimos y las sonrisas que le han regalado durante todo el tiempo que la han cuidado, aun sabiendo que no iban a recibir una sonrisa de vuelta o un buen gesto, porque los enfermos de esta cabronada que se llama Alzheimer quedan privados hasta de la posibilidad de agradecer lo que hacen por ellos. Gracias y mil gracias a las monjas de la Residencia de Arriate que vierten su vida en cuidar de personas que necesitan de los demás, y gracias y mil gracias también a los enfermeros y cuidadores de allí, por estar siempre pendientes, por ir a deshoras a ver si los enfermos están tapados, por insistir en darles una cucharada más de sopa el día que no quieren comer, por ponerle el termómetro tres veces más de lo que dice su código deontológico para ver si les ha bajado la fiebre. Por la humanidad con la que tratan a los enfermos y por la humanidad con la que tratan a los familiares, porque esa humanidad hace que convivir con esta enfermedad, repito, tan cabrona, sea más llevadera, aplacando momentos complicados. Y sirve de consuelo saber que, a pesar de que quien la padece empieza a morir, también es verdad que ese camino es más llevadero.

Especial mención me gustaría hacer a MariÁngeles, la persona que más tiempo ha dedicado a mi abuela desde finales de 2008 hasta el final. MariÁngeles ha recibido de ella más insultos que besos. Más golpes que buenas palabras o cariños, pero siempre ha estado ahí. Siempre con esa delgada e infinita sonrisa. Siempre con esa paciencia y ese cariño eterno. 
Yo sé que mi abuela no pudo nunca agradecerle todo lo que hizo por ella, pero al menos yo voy a estar agradeciéndole lo que ha hecho por ella el resto de mi vida. Porque la forma en la que la ha tratado, a pesar de los malos modos, siempre ha sido exquisita. Por las diez veces que la llamaba cada mañana, con esa paciencia eterna y ese cariño maternal, mientras le preparaba un zumo o un café. Por esa alegría rubia que llenaba la sala cada vez que ella aparecía, para iluminar la tristeza de los recuerdos que se fueron.
No tendría creatividad literaria suficiente para expresar, para agradecer, todo lo que MariÁngeles ha supuesto en la última etapa de la vida de mi abuela. Y sé que su pérdida le ha dolido tanto como nos dolió a nosotros, porque el amor que ha dispensado MariÁngeles a mi abuela ha sido más que el amor de una cuidadora: ha sido el amor de una nieta sin consanguinidad. Porque MariÁngeles se ha convertido en una pieza importantísima de mi abuela; en una más de nuestra familia. No saben sus hijos la suerte que tienen de tener por madre a una nieta tan ejemplar como ella, con un corazón tan desmedido en un cuerpo tan enjuto. Si algún día la ven por la calle, quítense el sombrero ante ella, porque lo que ha hecho con mi abuela y lo que hace a diario con tantas personas con esa enfermedad es para quitárselo.

Por supuesto, la parte más dura de la enfermedad, amén de la persona que la padece, es para las personas que cuidan. Y en mi caso han sido a partes iguales mi madre y mi tía, las que durante casi una década han pasado noches en vela pendientes de que la mente de mi abuela no quisiera dislocar cada madrugada. Las que han dejado de hacer vida social, de playas, bares, cines o viajes. Las que han tenido que pedir horas o días en el trabajo y las que han hecho un paréntesis a tiempo completo en sus vidas durante la década en que la cabrona enfermedad ha sido dolorosamente cruel con mi abuela. Las que al principio trataban de hacerle ver que era mejor no ir misa en agosto a las cuatro de la tarde, y que luego trataban de disuadirla con un plan mejor, una y otra vez. Mil veces en una tarde. Y a la tarde siguiente vuelta a empezar desde cero en un despiadado día de la marmota. Las que a la mesa esperaban horas mientras la enfermedad decidía que era la hora de comer. Las que con voluntad hacían puré una comida o buscaban un menú acorde al paladar de quien no puede valerse por ausencia de memoria. Y con esa dedicación y esa paciencia que yo en mi vida sólo he visto en las madres. Esa paciencia que mi madre y mi tía dispensaban a su madre.

Vaya desde este rinconcito mi reconocimiento a todas las cuidadoras del mundo, porque vivimos en una sociedad “igualitaria” que deja la mayor parte de los cuidados en espaldas femeninas. Mi reconocimiento a la labor que mi madre y mi tía han tenido durante tantísimas horas con esa enfermedad tan cabrona. Y por extensión, que sirva de homenaje mi ejemplo más allegado a todas esas personas que ahora mismo están cuidando de gente que no saben quiénes son ni qué necesitan, pero que precisan de alguien con la cabeza llena de recuerdos, porque el Alzheimer un mal día decidió beberse lo suyos. Poco a poco, como un parásito despiadado.

Sirvan estas humildes palabras para quienes cuidan de personas que necesitan de sus cuidados y lo hacen sin reproches, sin malos gestos, con una injusta e inmerecida insumisión. Personas así sois el verdadero valor en alza que tiene nuestro país. Porque si un día faltaran las y los cuidadoras y cuidadores y el Estado tuviese que hacerse cargo de los enfermos que son atendidos por estas personas, entonces sí que estaríamos en crisis. Pero en crisis de verdad.

2 comentarios:

Ana dijo...

Luis, no te conozco personalmente, pero conozco a tu familia, y han sido ellos, tú madre y tu tía, las q sabiendo q mi padre tiene Alzheimer, me han dicho q leyese esto.
No te imaginas cómo me han emocionado tus palabras. Sé que eres carnavalero, y como decían " Los borrachos": el q la lleva la entiende. Por eso es tan importante este día, para q la gente conozca, entienda y apoye esta enfermedad, y sobre todo se invierta en investigación y no en gilipolleces. Ojalá pronto nos despertemos con la noticia de que hay cura para esta enfermedad, para la enfermedad cruel q se lleva los recuerdos y con ellos a nuestros seres queridos.

L.Rilke dijo...

Buenas, Ana. Siento haber tardado tanto en contestar. Me alegra que te haya gustado. Cuando las cosas se escriben desde dentro suelen llegar mejor a los demás, como es el caso. Gracias por tus palabras. Ojalá, como tú dices, pronto se encuentre cura para esta enfermedad. Espero que la situación te sea lo más llevadera posible. Besos.