miércoles, noviembre 30, 2016

Las manos.



Las miro y ahí están, con su simetría imperfecta. Siempre por delante de uno, las primeras herramientas. Las principales. Son las que nos permiten expresarnos creativamente. Las que apoyan el significado de lo que dice nuestra voz, las que refuerzan las expresiones de la cara. Los peones de lo que nuestro cerebro manda. Obreras que realizan las tareas del hogar, que escriben, que saludan, que expresan. Manos de bebés que empiezan a conocer el mundo, manos de violentos que sólo hablan a golpes. Manos exploradoras, curiosas, de adolescentes que empiezan a conocer de primera mano la anatomía del deseo. Manos encallecidas del trabajo, manos suaves, largas y estiradas de pianista sin oído. Manos que dan la mano. Manos que la niegan. Manos que te ayudan a tenerlo todo a mano.

Manos entrelazadas de enamorados y puños cerrados que guardan odio y rencor. Manos tan imprescindibles como olvidadas. Manos que agradecen que nos acordemos de ellas aunque sólo sea en este ejercicio literario. Y es que más vale pájaro en mano, que mal que cien años dure.

Luis Almagro.

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