
Últimamente he tendio experiencias personales considerablemente negativas, que me han hecho mucho reflexionar sobre las distintas etapas de la vida de una persona, que tal vez sólo se puedan evaluar desde la cúspide de la misma, desde el ocaso de la vida. Pero yo, pensando que realmente uno nunca sabe cuándo es el ocaso de su propia vida, me he atrevido a volver a los orígenes. A su vez, recientemente también tuve ocasión de reunirme con muchos buenos amigos de mi infancia. Son esos con los que crecí, con los que aprendí tantísimo, y sobre todo, con los que supe realmente qué es ese sentimiento de amistad. Es lo normal, gente que se ve muy poco porque los compromisos de la vida de adulto son bastante aburridos y nos mantienen demasiado ocupados, y por un rato, nos reunimos en torno a una mesa que fue testigo de innumerables anécdotas que pasaron algunas hace casi veinte años… y no es que seamos tan viejos, es que nos conocimos cuando hacía poco que sabíamos hablar, y la vida nos ha ido separando poco a poco, por motivos laborales, universitarios o sentimentales.
En la foto aparece Lolo, un servidor, Alberto y mi hermana, allá por el año 1990. Tal vez no ilustre todo lo que cuento, pero sirva como ejemplo para situarnos en la época. Y es que cuando uno es un niño tiene una conciencia más ambigua de qué está bien y qué no. Tiene una lealtad hacia el amigo desmesurada, y el hecho de que un adulto nos regañase sin ser familiar ni amigo de ninguno del grupo, era un motivo más que sobrado para convertirlo en enemigo público. Era el caso de un par de vecinas que se enfadaban siempre que subíamos a los árboles que había en La Plaza, siempre que jugábamos al fútbol cerca de su casa o coche, siempre que hacíamos algo que en el mundo de los adultos es políticamente incorrecto. Pues estas vecinas, siempre con motes despectivos, recibían todo tipo de gamberradas nuestras. Y es que fuimos muy gamberros. Tanto, que justo después de una de las anécdotas que el otro día ocupó la conversación, Raúl, que es el cronista oficial de aquellos momentos por eso de ser el mayor y el que mejor lo recuerda, dijo “No podré olvidar nunca esa sensación de correr sin parar de reír, huyendo de una gamberrada…”. Y al decirlo recordé que estaba a punto de olvidar algo que también debería haberme jurado a mí mismo no olvidar. Esa sensación del regocijo de saberte vencedor de una pequeña batalla, esa necesidad de desaparecer de la escena por encima de todo, esa falta de aire provocada por la demanda de oxígeno de tus músculos al correr, y la incapacidad de proporcionarlo provocada por la risa… y al llegar al escondite donde no nos podían pillar, esa sensación de trabajo en equipo, de triunfal amistad que ves imposible que se debilite… Pero lo que las gamberradas unieron, la madurez lo separó.
Es tal vez el capítulo más importante de mi vida, porque es el origen. Es el escenario que nos crió, y que en muchos casos creó lo que hoy somos. Esa Plaza en la que nos hicimos grandes. Cada uno de nosotros guarda en el cajón de los grandes momentos un recuerdo de cada pequeño rinconcito de La Plaza. Los primeros amores, interminables jornadas de juego, de risas, otras tantas de llanto, primeros besos, un frío atroz que no consiguió nunca retirarnos a nuestras casas… y por encima de todo ese sentimiento de fraternal amistad.
Si me dedicase a relataros anécdotas tal vez sería el post más largo jamás escrito, pero sí que haré mención a momentos con las bicicletas, en el campo de Alberto, en la piscina de la venta del Abogado, en el instituto Pérez de Guzmán, en el patio de la casa de los abuelos de Eleazar jugando a los clis, en la copa de los 3 árboles de La Plaza que eran nuestra guarida favorita, y que hoy día están talados, en el campo de Fran, el campo de “El Cojo”, la casa de la abuela de Raúl, la piscina de Los Pinos de Carlitos… miles de sitios, miles de recuerdos en cada rincón. Y miles de nombres.
Hoy les mando un abrazo a todos los que llevan esta época por bandera. A Juanito, Raúl, Porri, Crespillo, Chiqui, Eleazar, Alberto, Lolo, Carlitos, Antonio, Quero, Juanjo el mochuelo, Oscar, Juandi, Juanito “gitano”, Esteban, Iván, Acebes, Fran, Rosillo, Manu, Capa… y niñas como Noelia, Irene, Almudena, Lucía, Ana, Lorena, MariAngeles… y tantos otros como pasaron y no están nombrados, porque independientemente de que lo que hoy seamos cada uno, en su día todos fuimos importantes para los demás. Muchas gracias a todos por haberme hecho pasar la mejor infancia que cualquiera pudiera desear.
Ronda. Plaza San Cristóbal. 1987-2000.
3 comentarios:
Pero que chiquetines que tabais en la foto!!!
Joe, si es que de niños se vivia mu bien!,
acabo de leerlo y casi me pongo a llorar.Q rcuerdos...muxisimas gracias a ti x todos esos buenos ratos q no voy a olvidar nunca.Me ha encantado verte.besos.
ke bien habla este tio
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