martes, septiembre 23, 2014

cristales rotos




Abrió los ojos poco a poco y esperó a que se le adaptasen a la luz de la sala. Tenía el cuerpo extremadamente cansado, la boca seca. Le dolía la cabeza y no sabía de qué. Se llevó la mano derecha al cráneo y bajo pelo sucio se tocó una herida. Se miró la mano y tenía sangre reseca. El corazón se le aceleró de repente y miró a su alrededor. Estaba en un colchón en el suelo con una manta vieja que olía mal, en una habitación que no reconocía. Había pintadas horrorosas en las paredes, cristales rotos por el suelo, una ventana mal tapiada con tablones de madera y polvo y suciedad por todas partes. Tenía que salir de allí como fuese, así que trató de levantarse de un salto, pero los músculos no respondían con la agilidad que buscaba; se sentía torpe y cansado. Cuando logró ponerse en pie un dolor enorme le descubrió que tenía el tobillo fastidiado; muy posiblemente un esguince. Se miró y descubrió que llevaba unos pantalones rotos y una camisa sucia y vieja que no reconocía como suyas. A duras penas y muy dolorido salió de la habitación. Ante él se abría un largo pasillo sombrío y polvoriento con más trozos de cristal por el suelo. A su derecha había varias habitaciones más desde las que entraba algo de luz natural. Avanzó unos pasos y descubrió que la segunda puerta albergaba un baño, igual de sucio y abandonado que el resto de la casa. Entró adentro y se apoyó en el lavabo dispuesto a beber, pero el grifo estaba arrancado. Alzó la mirada y descubrió frente al espejo sucio y roto a un hombre con barbas largas y sangre reseca surcándole la cara. No estaba muy seguro si era él quien miraba tras el reflejo, porque los pelos y la suciedad no le dejaban ver su rostro con claridad, por no mentar la suciedad y las grietas del mismo espejo.


Los músculos se le tensaron: a lo lejos se escuchaban pasos que se acercaban. Entornó la puerta con cuidado y trató de esconderse detrás de ella conteniendo la respiración. Parecía que dos personas venían charlando amistosamente. Cada vez más cerca. Se apoyó contra la pared, oculto tras la puerta entornada. Ahora los pasos y las voces estaban al otro extremo del pasillo y parecían acortar distancias. De repente las voces fueron adquiriendo claridad: 
- Se ha levantado. 
- Estará en el baño, vamos -Contestaba una segunda voz. Los pasos le ponían cada vez más nervioso. Miró a su alrededor esperando encontrar algo que le sirviese de arma para defenderse, pero justo entonces, le cogieron con firmeza del brazo. 
- No debes estar aquí, vamos. 
- Tengo sed -Alegó. Casi no le salía la voz de lo seca que tenía la garganta. 
- ¿Y por qué no has bebido agua del vaso que tienes en la mesilla? 
- No había agua, ni mesilla. Me duele la cabeza, yo… 
- Vamos, abuelo, ha dicho el médico que debes estar en la cama. -“¿Abuelo?”. Se miró al espejo y ya no estaba roto. Descubrió ante sí a un anciano que no recordaba ser con una fuerte mirada profunda de ojos verdes que él nunca tuvo. Miró de nuevo al lavabo y descubrió que no estaba sucio, que tenía un grifo impecable. 
- Toma, aquí tienes agua. -Decía una joven con ojos verdes tendiéndole un vaso. Lo cogió y bebió con dificultad y ansia. 
Cuando sació la sed, se descubrió unas manos arrugadas y viejas. Gruesas y marcadas de venas. Volvió a mirar su reflejo en el espejo y se vio sin sangre reseca, sin pelos ni barbas. El joven tiró de su brazo y le obligó a avanzar varios pasos, torpemente. Él devolvió el vaso casi vacío y siguió su camino, rumbo a la habitación de la que había salido un momento antes. Al entrar descubrió una persiana a medio bajar en una ventana que no estaba tapiada, una cama de hospital con sábanas y manta. El suelo no estaba sucio ni había cristales rotos por allí. Accedió a meterse en la cama de buena gana y sus piernas se lo agradecieron. Los dos jóvenes lo taparon con delicadeza y bajaron la persiana un poco más. 
- Descansa, es lo que tienes que hacer ahora, abuelo. -Dijeron justo antes de salir de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Notaba cómo le pesaban los párpados y se le relajaba el cuerpo hasta que cayó profundamente dormido. 


De repente abrió los ojos sobresaltado. Tenía el cuerpo extremadamente cansado y le dolía la cabeza. Se llevó la mano derecha y bajo su pelo sucio se tocó una herida. Se miró la mano y tenía sangre reseca. El corazón se le aceleró al percatarse de que estaba en un colchón sucio y viejo en el suelo, en una habitación llena de polvo y cristales rotos por el suelo que él no conocía de nada. Tenía que salir de allí como fuese.

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