Eran las siete de la mañana cuando sonó el despertador, pero ella ya estaba despierta.Tenía una paciencia infinita y la dedicación propia de las madres.
Se asomó a la habitación contigua y comprobó que dormía plácidamente. O eso parecía. Cerró con la precaución de no hacer ruido pero asegurándose de que la puerta estaba bien cerrada. Fue hasta la cocina y se preparó un café caliente. Lo bebió poco a poco, saboreando cada sorbo, disfrutando del instante de ver amanecer a través del cristal frío que daba al norte. Le encantaba el paisaje de la montaña, el río, la arboleda… y ver cómo el sol iba iluminando toda la estancia poco a poco con una luz rasante y cálida.
Cuando se terminó el café preparó un batido de frutas con leche, plátano, manzana, el zumo de dos naranjas y unas cuantas galletas. Cogió las pastillas tranquilizantes y añadió un par de ellas antes de batirlo todo. Las pastillas eran de vital importancia si no quería que se pusiera nervioso. Podría acabar haciéndose daño a sí mismo o a ella, a pesar de que muchas precauciones habían sido tomadas para evitar este extremo.
Añadió azúcar, lo batió y por último lo sirvió en un vaso grande.
Se dirigió de nuevo hasta la habitación contigua con el desayuno. Eran ya casi las ocho de la mañana. Por el pasillo, al pasar frente a la foto de su difunto hijo se paró para observarlo en aquella instantánea en la que él aparecía lleno de vida, con una sonrisa infinita y luz en los ojos. Sonrió con tristeza y una lágrima mojó su rostro. Se armó de valor y apretó los labios. Continuó su camino hasta la habitación. Volvió a girar la llave y entró sin tener la precaución esta vez de hacerlo en silencio. El bulto de la cama se movió suavemente y trató de incorporarse tanto como las correas que lo sujetaban a la cama le permitieron.
- Vamos, te traigo el desayuno.
- No quiero tomar nada más de lo que usted me da. Sé que me está drogando.
- Haremos lo de siempre. Yo te dejaré el desayuno en la mesilla, junto a la cama. Sé que cuando el hambre y la sed te apremien te lo tomarás.
- ¡Esta vez no! ¡Suélteme, loca!
- Ay, hijo, más quisiera yo. Pero de momento no puedo… -Salió de la habitación y volvió a cerrarla con llave. Partió hacia la cocina a limpiar y pensar qué le prepararía a su nuevo hijo para almorzar.
Realmente le dolía tenerlo amarrado y drogado, pero ¿Cómo iba a dejarle escapar, si aún no había aceptado ser su hijo? Hasta que no lo asimilara sería su rehén. Con el tiempo comprendería que era lo mejor para él.
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