viernes, marzo 07, 2008


Un día Marina, una compañera de trabajo de un trabajo que una vez tuve en el que enseñaba a pintar a mujeres mayores mientras ellas disfrutaban de la pintura, sus charlas y sus bromas, me dijo algo en una conversación de esas tontas que se tienen que no me pareció tan tonto como tal vez algún tonto piense. Marina me dijo que con los años nos volvemos sibaritas. Curiosa palabra. Según si se la aplicamos a otros o si nos la aplicamos a nosotros mismos, podríamos decir sibarita o podríamos decir trabajosos. El caso es que, sea como sea, con los años nos volvemos delicados con lo nuestro. Con nuestras costumbres, con nuestros gustos, con nuestos modus vivendi
Uno de mis sibaritismos o trabajoserías es la radio. Antes sólo la usaba para poner música. Ahora, cuando el carnaval me lo permite, siempre oigo radio. Y es que este medio de comunicación tiene una magia asombrosa. Tan asombrosa que seré yo el primero que os hable de ella y no Chito, quien conoce sus entresijos más íntimos y sus morfologías más internas.
Estaba en el gran salón del pisito de Málga, mirando por la ventana cómo rompen las olas a oscuras mientras por las ondas del FM un locutor contaba una historia de un futbolista de los años cincuenta. El tipo en cuestión era un narrador excepcional capaz de convertir la más tonta historia en la más épica de las proezas. Y durante ese rato dejé de estar asomado a la ventana de mi piso de Málaga y vibré con este futbolista en los años cincuenta. Saboreé su gloria y sufrí sus fracasos, su retirada... y me apenó su muerte.
Cuando el locutor terminó de hablar, yo volví al instante a mi piso a Málaga... y saboreé esa magia que tiene la radio, que consiguió que con mi pijama rojo y la sudadera de las Cajón Desastre, me asomase como un aficionado más a los estadios de los años cincuenta. Me dejó sentir la juvenil emoción de aquel futbolista cuando debutaba, y me acercó al entierro triste de aquella estrella apagada. Y mi indumentaria casera no desentonó con el alrededor, porque cuando viajas con la radio da igual como vayas. Ni tu vestimenta importa ni cuesta dinero el billete del viaje...
La contradicción está en que yo escucho la radio en mi móvil, al que cada vez odio más, cuanto más quiero a la radio. Pero del móvil y la esclavitud a la que éste nos somete os hablaré otro día, que JC está de baja en el lagarto y Chito y yo no estamos para ir tirando las ideas así como así.
Espero que a vosotros os vaya bien. A nosotros también. Gracias.

5 comentarios:

Chito dijo...

y firmo, con tu permiso, todo lo que dices, porque la radio llega un momento en el que deja de ser entretenimiento para ser vicio. Ojala algún dia todos los televisores se derritan como se derriten las cucarachas con los insecticidas y todos nos veamos en la necesidad de obligar a nuestra imaginación a volar. La radio es vida, magia y colores que no existen.
Y es la puta verdad, nos volvemos trabajosos...jajajaja. Un abrazo muñeco y espero que vengas a la casita rural de visita.

palenq dijo...

Yo también me considero un adicto a la radio: conduciendo, en autobús, mientras navego por internet. Apenas veo la tele, y sinceramente, tampoco la echo de menos. Crecí con ella, cuando mi padre la escuchaba, y siempre tengo en casa un pequeño transistor (de los de toda la vida, que apenas se ven ya) con el que me sumerjo en las ondas. Pronto te mandaré lo tuyo, Chito. Un abrazo para los radioyentes, peluqueros y aves de paso.

L.Rilke dijo...

jajajaja qué grande eres, Palen!!

Jc dijo...

Os echo de menos...amigos. Ultimamente mi vida gira a 45 revoluciones por minuto, pero prometo un retorno intenso, como lo está siendo mi vida...

Se os quiere. Jc...

PD: Todo lo que no tenga que ver con lo explicito está bien...El Blanco y Negro...Cerrar los ojos...Las interferencias...O esa radio que comentais, que tan poquito se de ella...

palenq dijo...

Una cosilla: sabiáis que el término "sibaritas" proviene de Síbaris, una ciudad italiana célebre por el refinamiento de sus habitantes. Dicen que los sibaritas mataron a todos los gallos de esa ciudad para que sus habitantes durmieran plácidamente hasta el mediodía. Y digo yo: a quién no le gusta ser un sibarita de las pequeñas cosas?