jueves, mayo 17, 2007




EL CAMPO, Episodio 1

Yo, Chito, soy un tipo que habitualmente no recuerda lo que sueña. Pasan mis noches esteriles en recuerdos y al sonido del despertado sólo recuerdo, por costumbre, que día de la semana es. Pero hay un sueño que me persigue y que sé positivamente que no me dejará vivir durante lo que me queda de vida. Es ese sitio que veis en la foto el que me azota a latigazos en algunos de mis ratitos en brazos de morfeo. Es mi campo... Es probablemente el lugar que más anhelo y extraño de este mundo. En esa explanada que veis en primer plano me enseñó mi padre a ser portero y durante mucho tiempo quise ser Paco Buyo. Un poquitin por detrás se pueden ver las barandillas de la escalera de la piscina. Un lugar donde nos hemos bañado todos los miembros de mi familia. Luego detrás, la casa, escoltada por una enorme terraza donde brotaban señeras cuatro parras que daban sombra durante todo el verano y donde nos refrescábamos en las interminables tardes estivales. Por alli campaban gatos y perros a sus anchas. A la derecha de la casa está la caseta de los perros; alli nacieron los dos unicos perros que tuve: Chico y Diana. Y ahi murieron. Y ahi los ví morir.
Chico y Diana
...Era Mayo, igual que hoy, el campo estaba totalmente abarrotado de flores. Las laderas de los bancales donde ya se hacían fuertes las tomateras, lucían abarrotadas de margaritas y preciosas, a la vez que pequeñas, flores amarillas. En frente, entre el verde trigal, las amapolas completaban un cuadro colorista manchando el verde con tinta roja. Serían las siete de la tarde y mi padre y yo nos dedicabamos a regar los bancales moviendo con mucho trabajo la enorme goma negra que se deslizaba entre las plantas dejando su propio surco, su propio rastro. -¿Ves? La goma tiene su camino hecho, porque tarde tras tarde lo ha ido haciendo. Ella sabe por donde tiene que ir...todo en la naturaleza es asi- decía Francisco el Cabrero entre esfuerzos por mover la pesada manguera.
A la sombra, Diana barruntaba ya su propio parto mordiendo con dificultades un hueso y emitiendo un molesto gemido casi imperceptible. -Niño, esta noche nos vamos a quedar aqui. La perra está a punto de parir. Tu madre nos ha preparado la cena y Francisco se quedará con nosotros-. Mi padre cuando quería que Francisco se quedara sólo tenía que llevar tinto y algunas cervezas. Pocas cosas apasionaban a ese cabrero más que tomarse un vaso de vino y un pedazo de panceta al relente de la noche. Despues un ducados...el mismo que le mató años más tarde.
Terminamos de regar y la noche se nos vino encima. Yo me quedé dormido en el viejo sofá negro y lo siguiente que recuerdo es a mi padre despertándome: -Niño, la perra esta para parir, vamos para fuera, necesitará ayuda-. La tarde primaveral se había tornado invierno y el frio y la lluvia se habían apropiado de la oscuridad. Tuve miedo. Mi padre alumbró a Francisco con la linterna: - Esta fea la cosa, Pedro- Dijo a mi padre- Esta perra está de parto pero hay algo que viene mal porque ni dilata ni yo le veo al animal ganas de parir-. Mi padre repetía:-Si yo no quiero bichos por esto, luego todos son quebraderos de cabeza-.
Alli pasaban los minutos que parecían horas. Llovía moderadamente y para cuando la perra consiguió levantarse del suelo ya estabamos los tres empapados del todo. La perra empezó a caminar muy despació y subío por la palmera hacía arriba. Nos fuimos detrás, a unos metros para no molestarla. Francisco decía que en cualquier momento y ante el terrible dolor podría darse la vuelta para defenderse de lo que ella entendía una amenaza para sus futuros cachorros.
El camino era escarpado y la perra subía lenta pero segura. Yo caminaba mirando a la perra y no al suelo. Sin apenas luz, pasó lo que tenía que pasar. Tropecé y caí al suelo clavandome una piedra en la cadera. Mi padre y Francisco se volvieron y me levantaron del suelo. Me limpié un poco el barro del pantalón del chandal y levanté la cabeza para intentar localizar a la perra. Francisco hizo lo mismo y dijo: -Pedro, quedese usted con el niño, que yo voy a intentar localizar a la perra-. Mi cuerpo endeble, mis nueve años y el asma me estaban pasando factura y cada vez subía más despacio. Me paré a tomar aire y escuché la voz ronca del cabrero: -Dianaaa, Diana ven aca bicho...!!!....Me cago en la santa hostia...-. Abrí los ojos, como procurando asimilar mejor y escuchar mas nítidamente lo que pasaba. Unos quince metros por arriba sonó un tremendo golpe. Corrí como alma que lleva el diablo, olvidándome del asma, de mi cansacio y casí de todo. Cuando llegué me agarró Francisco: -¿Donde vas tú?...Quedate aqui con tu padre. A Diana la había matado un coche.
Diana yacía muerta unos metros por delante mia. -Pedro, ¿Quiere usted qué le saque los perritos?-dijo Francisco. Mi padre inquirió un no rotundo y seco. -Retirela usted de la carretera y vengase para abajo-.
Yo miraba a traves del cristal como queriendo que se produjera el milagro. Y así, despues de haberme secado y calentado en la candela, me quedé dormido, mientras mi padre y Francisco se lamentaban de tan terrible accidente.
A la mañana siguiente, casi con la salida del sol, subimos a la carretera y me senté en una piedra a ver como enterraban a Diana y a sus diez cachorros (al menos eso aseguraba el cabrero, que traía diez por lo menos). Diana era grande y esbelta. Lista y obediente. Abajo, con las primeras luces del alba, Chico, el macho, aullaba amargamente la pérdida. Los perros de toda la Indiana tambien se pusieron barruntones con el amanecer y para las ocho y media nos montamos en el coche. Desde fuera Francisco me acariciaba con cariño la cara diciendome: -No llores pedrito, esto pasa como con los caminos de la manguera. Todo en la naturaleza es asi. Y ese era el camino de la perra. Una lástima lo de los perritos, pero no te preocupes, que a ver si te recojo un turquito como el mio-. A lo que mi padre respondió:-Francisco, si tiene usted cojones, se presenta con otro perro aqui-. Allá a lo lejos, con el amanecer, Ronda se mostraba preciosa, inmensa sobre su trono de roca. En casa me dieron una ducha, me visitieron limpio y me fui para el colegio...caminando con la vista clavada al suelo para no tropezar, siendo consciente de que la naturaleza tiene unos caminos naturales, que están marcados y de los que no podemos escapar, por muy niños, por muy grandes o por muy animales que seamos. Cada uno tiene el suyo. Chico murió al cabo de dos años. El perro no se acostumbró a vivir sólo...
Ahi os dejo este episodio de mi vida. Tan real y tan crudo como se lee. Ahora, al cabo del tiempo, cuando alguien me dice lo de: Oye ¿No quieres un perrito?, que mi perra acaba de parir...Me sonrio, recuerdo a Diana y pongo siempre la misma excusa: "No, mi padre no quiere animales en casa".
Chito

5 comentarios:

Jc dijo...

Delicatessen amigo...

Llegamos en un punto en nuestra vida en que leer entre lineas es casi mas facil que ceder paso a la manguera...y creo que te aplaudo mas por lo que has callado que por lo que has contado...

Aprendamos todos a sacar moralejas de cualquier historia que se cruce en nuestra vida, bien sea la desafortunada vida de esos 11 perros, o, simplemente, el Ducados de Francisco...

Todo tiene un porqué...y no resten importancia a los puntos suspensivos.


Un abrazo. Jc.

Anónimo dijo...

Cuando vayas a escribir historias de estas, pon un cartelito que diga: esta historia puede herir la sensibilidad de algunos lectores,como yo por ejmplo.
Ea, que te gusta hacerme llorar joer.

La madre de Bruno

L.Rilke dijo...

Genial post que ha conseguido emocionarme, sí señor... Por cierto, el campo en la Indiana? dónde,tío?

Me gusta mucho la moraleja final, y si este relato fuese una novela, tal vez diría que me ha gustado mucho el personaje del cabrero... aunque tal vez las novelas reales se inspiren en cabreros tan reales como Francisco.

Geniales líneas. El problema es que cuando te voy a poner un comentario, me irrita la Vane con esa firma que sa puestooooooooooooo



Nunca dejen de disfrutar de los segundos que tenemos... no sabemos el trabajo que nos puede costar mover la goma más adelante, ni los surcos por los que nos va a llevar la naturaleza...

deseada dijo...

una historia preciosa.mi enhorabuena

Anónimo dijo...

que manera de contar una historia, muy buena, triste pero buena.